domingo, 25 de abril de 2010

Paris est une fête


Paris es una fiesta, como reportaba desde aquí Hemingway, y yo no he querido perdérmela. La ciudad más visitada del mundo tiene una bien conocida vocación de hacer la vida agradable, y siempre hay otras exposiciones y monumentos que visitar, más callejuelas que recorrer, y nuevos eventos para asistir.

Warhol, Kandinsky, Mahler, Monet, Picasso, Notre Dame de Paris, Belleville, Montsouris, Buttes Chaumont, Montmartre (siempre Montmartre), Saint-Sulpice, Champs Elysées, Panthéon, Bords de Seine, Mouffetard, la Butte-aux-Cailles, Le Marais, Nuit Blanche, Fête de la Musique, Marché de Noël, Prise de la Bastille, le Printemps du Cinéma, randonnée, pique-nique, vernissage, avant-première, café, soirées, Musée du Louvre, d'Orsay, Versailles, Saint-Denis,…. and all that Jazz.

Mi trabajo, como era de esperarse, sufre y se retrasa en consecuencia. Un lugar ideal para hacer estudios de posgrado podría ser Minsk, o Siberia, en Rusia. Aquí simplemente hay demasiadas ocasiones ineludibles para evadirse, cultivarse, y conocer el mundo.

Otro inconveniente que me ha gustado mucho, es vivir en una villa internacional de estudiantes, la Cité Universitaire, donde jóvenes de todo el mundo coinciden en pasillos, cocinas (y baños), galerías y otras áreas en común, que permiten conocer y socializar con gente de todo tipo, pero que sobre todo auspician un experimento permanente de sociología. A partir de cierta edad, uno tiende a consolidar su personalidad, y a mantener una misma red de amigos, familiares, conocidos y contactos; los estudios de posgrado demandantes nos hacen, además, encerrarnos a trabajar y aislarnos del mundo. Sin embargo, el hecho de verse de pronto solito, rodeado de gente nueva y en un ambiente festivo y cálido como el que (todavía) predomina en la Casa de México, nos empuja a salir del caparazón y pone a prueba nuestra capacidad para convivir y socializar. Rodeado de jóvenes, he vuelto a sentirme estudiante y los paseos y comidas, las desveladas y fiestas, el vino y la cerveza han vuelto a atacarme con una fuerza tal, que a veces apenas me dejan tiempo para otras cosas. El ùnico inconveniente entonces, sería ése, y las molestias ocasionadas a los vecinos más prudentes, que (pobrecitos) nunca faltan.

Sin duda es una experiencia edificante y muy recomendable, esto de estudiar lejos de casa. Vivir en una nueva comunidad te facilita además un espejo que interroga tu identidad: algunos rasgos del carácter se manifiestan de inmediato y son evidentes a todos; se desarrollan o se refuerzan algunos otros, que quizá no reconocías como propios. Pero se tiene en todo caso la oportunidad de redescubrirte o reinventarte en el intercambio con los otros. A partir de cierta hora, con varias copas encima, varias veces ha vuelto a aparecer en mí la bestia narcisista que quiero superar, con sus comentarios ácidos, respuestas mordaces y ataques gratuitos. Dr Jekyll y doctor House…. Este Narciso re-emerge cuando me ahogo, pero durante el día casi siempre consigo mantenerle a raya, y los amigos siempre ayudan.

Todo el conjunto de la experiencia: la vida nueva o la atmósfera novedosa, el trabajo pendiente, la fiesta interminable y sus daños colaterales, nos ayudan a encontrarnos y construirnos. Yo sé que he hecho buenos progresos, y no me lo paso mal. Todavîa no tengo todas las respuestas, pero ¿quién las tiene? Después de todo, la vida se trata de aprender, como el jefe mayor me respondió cuando le dije que sigo aprendiendo: “That’s what life is about”.

Y en eso ando...

domingo, 18 de abril de 2010

Lecciones de francés

¿Cómo se aprende un idioma? Se sabe que no hay mejor manera que vivir en un país donde hablen esa lengua. Como yo llegué aquí sin haber tomado algún curso formal o estructurado, tendré que comprobarlo.

Una cosa, además, es entender los ocasionales podcasts de Francés para Principiantes, que te llevan de la mano con ortodoxia, y otra muy distinta es tratar de entender a los franceses, que cortan y fusionan las palabras y hablan un francés demasiado rápido y familiar.

Se revisa, pues, la prensa, se siguen cursitos y ejercicios en línea, se escuchan la música tradicional y los noticieros de la radio; atestigua uno –perplejo y abrumado- las conversaciones durante el almuerzo, hasta que brincan primero ciertas palabras aisladas, y luego de pronto brota alguna frase inconfundible (“le coup de boule de Zinedine Zidane dans la finale de la coupe du Monde”, por ejemplo). Una tarea agotadora...

Se sabe que hay una edad crítica para reconocer los fonemas extranjeros, edad probablemente situada entre los 5 y 8 años, para familiarizarse con la pronunciación de una segunda lengua y poder llegar a pronunciarla como nativo. Cuando los chinos intentan hablar español o inglés, por ejemplo, les suena lo mismo la “erre” que la “ele” porque ninguna había formado parte de su repertorio. A mí me pasa lo mismo con las dos pronunciaciones de la “u”; una lección básica puesto que hace la diferencia entre “encima” y “debajo” o entre “tú” y “todos”. Entre otras varias. He tenido que repetir una frase sencilla varias veces para que alguien sepa qué quiero decir.

Para familiarizarme rento además dvds y voy al cine; miro Le Docteur House doblado y subtitulado al francés (lo intenté también con Friends, pero el doblaje es infame); he conseguido varios libritos de autores franceses: Zola, Voltaire, Balzac, LeClézio..., Carlos Fuentes traducido al francés, y otros menos conocidos con historias de detectives para niños, o relatos cortos para adultos de amplio criterio; un poco de todo. Me reúno y me escribo también con una francesa estudiante de Derecho Internacional que quiere mejorar su español y practicar el inglés. Y lo hablo aunque sea masticado y a golpes en las calles, obligado a entenderme en francés con empleados y vendedores, al menos hasta que agoto su exigua paciencia o me trabo de vergüenza por no haber sido capaz de recitar mi número de “portable”.

Qué diablos. Siento que estoy a punto de hacer un progreso notable, a fuerza de tanta exposición y hartas ganas. En cualquier aprendizaje hay que alcanzar una masa crítica de conocimiento y práctica, antes de dar un primer pequeño paso del cual sentirse contento.

viernes, 9 de abril de 2010

Je vous écris de Paris



I. Je vous écris de Paris

El tiempo me falta siempre para escribir algo decente, y por eso pospongo siempre la crónica. Ya tengo acá un año y apenas he enviado noticias.

Una vez, cierta ingrata me dijo que había quienes podían prescindir “de los detalles” de mi “interesantísima vida”, y no le falta razón, que a mí nadie me ha encargado mi autobiografía en fascículos, pero recuerdo que había a quien le divertía leerme, y a mí me gustaba escribir.

La verdad es que necesito el ejercicio. Así que me excuso de antemano por la vacuidad, lo aburrido y la falta de arquitectura de estas Memorias, pero al fin y al cabo es sobre todo para mí mismo que escribo.

voilà où nous mène l’amour-propre excessif, como escribiera Balzac sobre Víctor Hugo y su nueva novela (Notre Dame de Paris); a eso nos lleva el amor propio en exceso…

De lunes a viernes paso los días en la vieja Facultad Necker de Medicina, junto al viejo Hôpital Necker des Enfants Malades. En este hospital, René Laënnec inventó el estetoscopio y rebautizó a la “consunción” o “tisis” tuberculosis pulmonar; aquí se realizó también el primer trasplante de la historia. Un buen día se dedicó un ala a los niños, y así se creó el primer hospital pediátrico del mundo.

El edificio vetusto donde trabajo no es nada impresionante. Los estudiantes hace mucho que se fueron a otra facultad, y en el cascarón condenado a la demolición, que registra niveles peligrosos de asbesto en el aire y acumula inundaciones y otros achaques, sólo han quedado investigadores en laboratorios desordenados y viejos, en espera de la orden final de desalojo que les permita ocupar el nuevo edificio ultramoderno dedicado a las Enfermedades genéticas (“Imagine”), siempre en construcción.

Mi jefe mayor viaja todo el tiempo entre Paris y New York, dirigiendo uno de los grupos más influyentes en el campo de la Inmunología Clínica, que descubre nuevas enfermedades, recibe muestras de pacientes de todo el mundo, y que publica todo el tiempo en varias de las revistas internacionales más prestigiosas de Medicina y Genética. Yo estoy bajo las órdenes de una argentina estricta y adicta al trabajo, de la vieja escuela del esfuerzo, que se ha propuesto “sacarme bueno” y espabilarme.

Ella no es fácil de complacer y su manera de tratar a la gente la han vuelto sin duda la persona más odiada de este lado del Atlántico, pero como yo no quiero irme todavía, y pensé que podía aprender bastante, he dado cuenta de toda la paciencia y tolerancia de que soy capaz (de todo el valemadrismo también, luego de haber sobrevivido la residencia en La Raza, donde había que soportar como superiores jerárquicos a verdaderos pelmazos ignorantes por un pago mucho menor); y hasta se diría que nos hemos acoplado bastante bien, a pesar de mi inexperiencia y desconocimiento de casi todo lo que fuera laboratorio, y sobre todo a pesar de mi distracción habitual y mi torpeza arraigada.

En la Casa de México en Paris, donde estuve un año, residen sobre todo mexicanos estudiantes de posgrado, de todas las disciplinas imaginables: física, matemáticas, biología, medicina, sociología, economía; pero también músicos, chefs, urbanistas, cineastas, filósofos… Hay quien está haciendo un doctorado en energía oscura en un laboratorio de cosmología, y quien hace una especialidad en trapecio en la Academia de Circo Fratellini. Todo lo cual, por supuesto, viene muy bien cuando se quiere conocer gente interesante para desintoxicarse de la propia carrera y el medio, pero sobre todo para “debrayar” en una borrachera acerca de todo, desde los orígenes del universo y de la vida, hasta las mejores recetas mexicanas, pasando por las ventajas y desventajas de la circuncisión, o de cómo medir la felicidad de los pueblos; y acerca de la urgencia de instalar un puesto de tacos al pastor en Paris.

II. Paris est une fête.