martes, 28 de septiembre de 2010

Les mystères de Paris


Uno viaja sobre todo para descubrir el mundo. Más allá de aprender nuevos trucos y engordar el currículo, que eso es a fin decuentas incidental, muy personal y casi inevitable, el estudiante en el extranjero y el viajero errante aprenden a entenderse con los otros y a saber que no existen mayores diferencias entre los visitantes de un lado y otro, entre locales y extranjeros; se borran de la mente nociones caducas de “razas” y prejuicios infundados; se mezcla, se mide y se enfrenta, con mayor o menor dificultad; se conocen y prueban estilos y costumbres diferentes, y se aprende sobre todo a reconocerse en el otro. O se debería, por lo menos.

No les creo a quienes pretenden haber descifrado el espíritu de una nación, y hablan con autoridad acerca de “los franceses”, “los alemanes”, “los españoles”, los griegos o los mexicanos, así en general, luego de haber pasado apenas unos días o cualquier estancia corta entre ellos, y habiendo conocido a unos cuantos “especímenes”. La mayoría de estos expertos Marco Polos, además, repite los mismos prejuicios que ya conocíamos, que se pueden encontrar con tu voceador favorito, y todo con tal de dejarte saber que ya han tenido “oportunidad de darse la vuelta” por esos rumbos, con “lo poco que Dios me ha dado”.

Para entender un país habría que conocer su historia, quedarse al menos más de unos meses, y leer a antropólogos, sociólogos, psicólogos y filósofos, que hayan emprendido antes la colosal tarea. En mi opinión, además, en nuestros tiempos resulta cada vez más difícil delinear diferencias entre “la forma de ser” y las costumbres de un país y otro, puesto que compartimos casi la misma transculturización global desde hace algunas décadas, y estamos en constante comunicación y migración entre todos los polos. Cualquier intento por forzar una caracterización me parece por lo tanto superfluo y vano; cualquier discusión en abstracto caerá inevitablemente en los mismos prejuicios, auto-idealizaciones, chovinismos y nacionalismos manidos de siempre.

Las proclamadas diferencias entre los pueblos suelen ser producto de la desinformación y el miedo. Somos una sola especie, con los mismos genes, el mismo cerebro, los mismos instintos y las mismas necesidades primarias. Las diferencias en temperamentos y estilos que las condiciones de vida y las diferentes religiones impusieron, se han ido difuminando conforme el mundo se ha vuelto más accesible; las que persisten, dependerán sobre todo de la crianza al seno de familias y regiones más tradicionales, pero se disuelven conforme la gente viaja o conoce de otro modo a gente de distintas latitudes.

Dicho lo cual, el visitante extranjero que sigo siendo, tiene algunas impresiones, que deberán entenderse simplemente como tales, acerca de Paris y sus misterios. Un cliché que puedo confirmar, es el buen gusto de los parisinos. Para vestir chic, para comer bien, y para hacer la vida más agradable a la vista, con sobriedad, estilo y elegancia. Otro, que me parece una pena, es que en la calle y en el subterráneo suelen encontrarse malhumorados y quejumbrosos. Para vivir en una de las ciudades más bellas, en el país con mejor calidad de vida del mundo, no parecen darse cuenta de lo afortunados que son y de lo bella que es la vida cotidiana. Por lo demás, que yo sepa, los franceses suelen ducharse diario, son menos arrogantes y más afectuosos de lo que se ha dicho, y hasta me cuentan que las chicas se depilan como en todas partes…

¿Hay excepciones? Por supuesto. Hablamos aquí de tendencias apenas, no de naturaleza “francesa”, como si tal cosa existiera en primer lugar. No todos los brasileños son alegres o buenos para el futbol y la samba, ni todos los judíos son prósperos comerciantes y tacaños. Igualmente, no todos los parisinos saben vestirse o refunfuñan como contratados. Pero quizá en nuestra naturaleza humana esté arraigada una necesidad de clasificarlo todo y tomar distancia de los otros, desde los tiempos en que las tribus se agredían mutuamente por comida y tierra, y que los primeros humanos enumeraban y nombraban plantas y bichitos.

Por cierto, lo que no he estrenado todavía es mi pegue irresistible de Latin lover. Para mí es un misterio y una sorpresa el no verme rodeado a estas alturas por francesas, italianas y ucranianas, por más que bailo Salsa y hago por parecerme a Antonio Banderas, Rafa Marquez o Gael. Pero bueno, la lucha se hace y sigo aprendiendo; me tropiezo como todos con mis contradicciones, pero procuro mantener la mente abierta, por si puedo servirme pronto de nuevos trucos.

jueves, 6 de mayo de 2010

Planchado terapia


A la opinión púbica :

Un grupo de residentes y amigos, interesados en el bienestar general de la comunidad, hemos observado con tristeza un recrudecimiento del frío dentro de la Casa, y una preocupante tendencia entre sus residentes a encerrarse. Este aislamiento y el exceso de trabajo y seriedad, pueden conducir al resurgimiento tan temido de actitudes intolerantes y antisociales, que tanto han perjudicado las relaciones humanas dentro y fuera de la Casa.

Ante lo cual, decidimos proponer una terapia ocupacional: la famosa repasse-therapie, o planchado-terapia.

Sociólogos y médicos recomiendan por igual esta terapia, que ha probado reforzar los lazos sociales, prolongar la vida, aumentar la felicidad, y hasta curar las anemias causadas por falta de fierro.

Planchar disminuye y previene las arrugas. Planchar aumenta la temperatura corporal, estimula la circulación y mejora el tono muscular. Los resultados son inmediatos, evidentes y sostenidos.

Las personas que planchan al menos dos veces por semana, tienen menos pensamientos negativos y sonríen con mayor frecuencia.

Así pues, hay que planchar más seguido. Una propuesta es crear grupos de ayuda, y organizarse por étage o por bâtiment: Planchado grupal, Técnicas de planchado, y Planchado express; así como los talleres “Espace Bénévolat”: Planchado al vapor, Burro planchador, Fer-à-repasser, Plancha aspirante-soplante, Nuevas tecnologías, Almidonado experto, y Una mano amiga; que permitan enseñar a quien no sepa, rescatar a los más arrugados, y apoyar a los recién llegados. Que nadie se quede sin planchar.

“Por el bien común, por una vida mejor: Planchemos todos, planchemos juntos, planchemos siempre.”

domingo, 25 de abril de 2010

Paris est une fête


Paris es una fiesta, como reportaba desde aquí Hemingway, y yo no he querido perdérmela. La ciudad más visitada del mundo tiene una bien conocida vocación de hacer la vida agradable, y siempre hay otras exposiciones y monumentos que visitar, más callejuelas que recorrer, y nuevos eventos para asistir.

Warhol, Kandinsky, Mahler, Monet, Picasso, Notre Dame de Paris, Belleville, Montsouris, Buttes Chaumont, Montmartre (siempre Montmartre), Saint-Sulpice, Champs Elysées, Panthéon, Bords de Seine, Mouffetard, la Butte-aux-Cailles, Le Marais, Nuit Blanche, Fête de la Musique, Marché de Noël, Prise de la Bastille, le Printemps du Cinéma, randonnée, pique-nique, vernissage, avant-première, café, soirées, Musée du Louvre, d'Orsay, Versailles, Saint-Denis,…. and all that Jazz.

Mi trabajo, como era de esperarse, sufre y se retrasa en consecuencia. Un lugar ideal para hacer estudios de posgrado podría ser Minsk, o Siberia, en Rusia. Aquí simplemente hay demasiadas ocasiones ineludibles para evadirse, cultivarse, y conocer el mundo.

Otro inconveniente que me ha gustado mucho, es vivir en una villa internacional de estudiantes, la Cité Universitaire, donde jóvenes de todo el mundo coinciden en pasillos, cocinas (y baños), galerías y otras áreas en común, que permiten conocer y socializar con gente de todo tipo, pero que sobre todo auspician un experimento permanente de sociología. A partir de cierta edad, uno tiende a consolidar su personalidad, y a mantener una misma red de amigos, familiares, conocidos y contactos; los estudios de posgrado demandantes nos hacen, además, encerrarnos a trabajar y aislarnos del mundo. Sin embargo, el hecho de verse de pronto solito, rodeado de gente nueva y en un ambiente festivo y cálido como el que (todavía) predomina en la Casa de México, nos empuja a salir del caparazón y pone a prueba nuestra capacidad para convivir y socializar. Rodeado de jóvenes, he vuelto a sentirme estudiante y los paseos y comidas, las desveladas y fiestas, el vino y la cerveza han vuelto a atacarme con una fuerza tal, que a veces apenas me dejan tiempo para otras cosas. El ùnico inconveniente entonces, sería ése, y las molestias ocasionadas a los vecinos más prudentes, que (pobrecitos) nunca faltan.

Sin duda es una experiencia edificante y muy recomendable, esto de estudiar lejos de casa. Vivir en una nueva comunidad te facilita además un espejo que interroga tu identidad: algunos rasgos del carácter se manifiestan de inmediato y son evidentes a todos; se desarrollan o se refuerzan algunos otros, que quizá no reconocías como propios. Pero se tiene en todo caso la oportunidad de redescubrirte o reinventarte en el intercambio con los otros. A partir de cierta hora, con varias copas encima, varias veces ha vuelto a aparecer en mí la bestia narcisista que quiero superar, con sus comentarios ácidos, respuestas mordaces y ataques gratuitos. Dr Jekyll y doctor House…. Este Narciso re-emerge cuando me ahogo, pero durante el día casi siempre consigo mantenerle a raya, y los amigos siempre ayudan.

Todo el conjunto de la experiencia: la vida nueva o la atmósfera novedosa, el trabajo pendiente, la fiesta interminable y sus daños colaterales, nos ayudan a encontrarnos y construirnos. Yo sé que he hecho buenos progresos, y no me lo paso mal. Todavîa no tengo todas las respuestas, pero ¿quién las tiene? Después de todo, la vida se trata de aprender, como el jefe mayor me respondió cuando le dije que sigo aprendiendo: “That’s what life is about”.

Y en eso ando...

domingo, 18 de abril de 2010

Lecciones de francés

¿Cómo se aprende un idioma? Se sabe que no hay mejor manera que vivir en un país donde hablen esa lengua. Como yo llegué aquí sin haber tomado algún curso formal o estructurado, tendré que comprobarlo.

Una cosa, además, es entender los ocasionales podcasts de Francés para Principiantes, que te llevan de la mano con ortodoxia, y otra muy distinta es tratar de entender a los franceses, que cortan y fusionan las palabras y hablan un francés demasiado rápido y familiar.

Se revisa, pues, la prensa, se siguen cursitos y ejercicios en línea, se escuchan la música tradicional y los noticieros de la radio; atestigua uno –perplejo y abrumado- las conversaciones durante el almuerzo, hasta que brincan primero ciertas palabras aisladas, y luego de pronto brota alguna frase inconfundible (“le coup de boule de Zinedine Zidane dans la finale de la coupe du Monde”, por ejemplo). Una tarea agotadora...

Se sabe que hay una edad crítica para reconocer los fonemas extranjeros, edad probablemente situada entre los 5 y 8 años, para familiarizarse con la pronunciación de una segunda lengua y poder llegar a pronunciarla como nativo. Cuando los chinos intentan hablar español o inglés, por ejemplo, les suena lo mismo la “erre” que la “ele” porque ninguna había formado parte de su repertorio. A mí me pasa lo mismo con las dos pronunciaciones de la “u”; una lección básica puesto que hace la diferencia entre “encima” y “debajo” o entre “tú” y “todos”. Entre otras varias. He tenido que repetir una frase sencilla varias veces para que alguien sepa qué quiero decir.

Para familiarizarme rento además dvds y voy al cine; miro Le Docteur House doblado y subtitulado al francés (lo intenté también con Friends, pero el doblaje es infame); he conseguido varios libritos de autores franceses: Zola, Voltaire, Balzac, LeClézio..., Carlos Fuentes traducido al francés, y otros menos conocidos con historias de detectives para niños, o relatos cortos para adultos de amplio criterio; un poco de todo. Me reúno y me escribo también con una francesa estudiante de Derecho Internacional que quiere mejorar su español y practicar el inglés. Y lo hablo aunque sea masticado y a golpes en las calles, obligado a entenderme en francés con empleados y vendedores, al menos hasta que agoto su exigua paciencia o me trabo de vergüenza por no haber sido capaz de recitar mi número de “portable”.

Qué diablos. Siento que estoy a punto de hacer un progreso notable, a fuerza de tanta exposición y hartas ganas. En cualquier aprendizaje hay que alcanzar una masa crítica de conocimiento y práctica, antes de dar un primer pequeño paso del cual sentirse contento.

viernes, 9 de abril de 2010

Je vous écris de Paris



I. Je vous écris de Paris

El tiempo me falta siempre para escribir algo decente, y por eso pospongo siempre la crónica. Ya tengo acá un año y apenas he enviado noticias.

Una vez, cierta ingrata me dijo que había quienes podían prescindir “de los detalles” de mi “interesantísima vida”, y no le falta razón, que a mí nadie me ha encargado mi autobiografía en fascículos, pero recuerdo que había a quien le divertía leerme, y a mí me gustaba escribir.

La verdad es que necesito el ejercicio. Así que me excuso de antemano por la vacuidad, lo aburrido y la falta de arquitectura de estas Memorias, pero al fin y al cabo es sobre todo para mí mismo que escribo.

voilà où nous mène l’amour-propre excessif, como escribiera Balzac sobre Víctor Hugo y su nueva novela (Notre Dame de Paris); a eso nos lleva el amor propio en exceso…

De lunes a viernes paso los días en la vieja Facultad Necker de Medicina, junto al viejo Hôpital Necker des Enfants Malades. En este hospital, René Laënnec inventó el estetoscopio y rebautizó a la “consunción” o “tisis” tuberculosis pulmonar; aquí se realizó también el primer trasplante de la historia. Un buen día se dedicó un ala a los niños, y así se creó el primer hospital pediátrico del mundo.

El edificio vetusto donde trabajo no es nada impresionante. Los estudiantes hace mucho que se fueron a otra facultad, y en el cascarón condenado a la demolición, que registra niveles peligrosos de asbesto en el aire y acumula inundaciones y otros achaques, sólo han quedado investigadores en laboratorios desordenados y viejos, en espera de la orden final de desalojo que les permita ocupar el nuevo edificio ultramoderno dedicado a las Enfermedades genéticas (“Imagine”), siempre en construcción.

Mi jefe mayor viaja todo el tiempo entre Paris y New York, dirigiendo uno de los grupos más influyentes en el campo de la Inmunología Clínica, que descubre nuevas enfermedades, recibe muestras de pacientes de todo el mundo, y que publica todo el tiempo en varias de las revistas internacionales más prestigiosas de Medicina y Genética. Yo estoy bajo las órdenes de una argentina estricta y adicta al trabajo, de la vieja escuela del esfuerzo, que se ha propuesto “sacarme bueno” y espabilarme.

Ella no es fácil de complacer y su manera de tratar a la gente la han vuelto sin duda la persona más odiada de este lado del Atlántico, pero como yo no quiero irme todavía, y pensé que podía aprender bastante, he dado cuenta de toda la paciencia y tolerancia de que soy capaz (de todo el valemadrismo también, luego de haber sobrevivido la residencia en La Raza, donde había que soportar como superiores jerárquicos a verdaderos pelmazos ignorantes por un pago mucho menor); y hasta se diría que nos hemos acoplado bastante bien, a pesar de mi inexperiencia y desconocimiento de casi todo lo que fuera laboratorio, y sobre todo a pesar de mi distracción habitual y mi torpeza arraigada.

En la Casa de México en Paris, donde estuve un año, residen sobre todo mexicanos estudiantes de posgrado, de todas las disciplinas imaginables: física, matemáticas, biología, medicina, sociología, economía; pero también músicos, chefs, urbanistas, cineastas, filósofos… Hay quien está haciendo un doctorado en energía oscura en un laboratorio de cosmología, y quien hace una especialidad en trapecio en la Academia de Circo Fratellini. Todo lo cual, por supuesto, viene muy bien cuando se quiere conocer gente interesante para desintoxicarse de la propia carrera y el medio, pero sobre todo para “debrayar” en una borrachera acerca de todo, desde los orígenes del universo y de la vida, hasta las mejores recetas mexicanas, pasando por las ventajas y desventajas de la circuncisión, o de cómo medir la felicidad de los pueblos; y acerca de la urgencia de instalar un puesto de tacos al pastor en Paris.

II. Paris est une fête.